«Latinoamérica todavía está en ese camino lento, de lucha, del sueño de San Martín y Bolívar por la unidad de la región. Siempre fue víctima, y será víctima hasta que no se termine de liberar, de imperialismos explotadores”
Papa Francisco
Hoy, con profunda emoción y respeto, los pueblos de Nuestra América y del mundo unimos nuestra voz para homenajear la vida y la labor del Papa Francisco: el primero de América Latina y el Caribe, que desde las villas de Argentina hasta los foros mundiales de los poderosos defendió una iglesia de los pobres para los pobres. Su partida deja un vacío irreparable pero también una herencia luminosa de esperanza, coraje y compasión.
Haciendo valer su origen, el del Sur Global, nos recordó que “la realidad se comprende mejor desde las periferias”, y con su andar humilde entre los humildes y su palabra firme puso en el centro de la Iglesia a los pobres, a los pueblos originarios, a los migrantes, a las mujeres, a la Madre Tierra y a quienes son silenciados por los poderes del dinero y la guerra. Caminó junto a los movimientos populares, no como autoridad distante, sino como hermano solidario. Hizo suyos los reclamos históricos de nuestros pueblos en la lucha por tierra, techo y trabajo como derechos básicos e irrenunciables.
Francisco entendió que la fe debía traducirse en acción concreta. Por eso, se reunió con referentes de movimientos populares, sindicatos y organizaciones de base, reconociendo su rol en la construcción de una sociedad más justa. Hoy como pueblo de fé y delante al desafío que enfrenta la humanidad nos reconocemos como los poetas sociales que tenemos la capacidad de crear esperanza y coraje allí donde sólo aparece descarte y exclusión. En sus propias palabras, en el Encuentro Mundial con los Movimientos Populares enunció “poesía quiere decir creatividad y ustedes crean esperanza; con sus manos saben forjar dignidad de cada uno, de sus familias y la de la sociedad toda con tierra, techo y trabajo, cuidado, comunidad”. Sabemos que como pueblo pobre no nos resignamos, nos organizamos perseverando en la construcción comunitaria cotidiana y luchando contra las estructuras de injusticia social.
La misión que nos encomendó Francisco es la de plantarnos frente al globalismo centrado en el dios dinero -la globalización de la indiferencia- que crea sociedades inhumanas e injustas, que sólo busca seguir enriqueciendo a los poderes económicos mientras la sociedad camina hacia el individualismo y el aislamiento. El mercado no resuelve los problemas de la humanidad: como afirmó el papa en la encíclica Fratelli Tutti “aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”.
Con coherencia y humildad, desde un lugar de referencia global, buscó transformar hacia adentro las estructuras de su propia institución, para fortalecer desde ahí una lucha que es de todos: la de los pueblos que no se resignan y siguen creyendo en un mundo más justo y más humano. Nos deja la tarea de reconstruir la esperanza en la transformación del mundo a través de la política que se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos trasnacionales.
El legado de Francisco para Nuestra América: la lucha por la justicia no es opción. Su llamado a no conformarse con las injusticias y su confianza en la organización popular son los pilares para quienes creen que otro mundo es posible. Hoy, más que nunca, es necesario seguir su ejemplo: construir comunidad, defender a los excluidos y mantener viva la llama de la esperanza. Porque, como él mismo enseñó, la acción de los pobres no solo decide su futuro, sino el de toda la humanidad.