Mujeres e Historia en Nuestra América

Por Lucia Alvites

Fogoneras de un cielo que no manda hijos,
cocineras de vientres que no fecundan la tierra;
Hasta dónde caminarán para encontrar el futuro del mundo,
hasta cuándo la humanidad femenina en sus afectos,
matará a su madre, fingirá tener vida. [2]

 

Uno de lo mitos más importantes sobre el origen de la sociedad Inca es el de los Hermanos Ayar: Ayar Uchu, Ayar Cachi, Ayar Mango y Ayar Auca; quienes junto a sus cuatro hermanas: Mama Ocllo, Mama Huaco, Mama Ipacura y Mama Raua inician un peregrinaje con el propósito de encontrar un lugar indicado donde establecerse; según varios cronistas Mama Huaco era una de los liderazgos de los hermanos Ayar, y fue ella quien arrojó la vara que señalaría el lugar donde se establecerían y fundarían el Estado; también se cuenta que cumplió un rol fundamental como guerrera conduciendo ejércitos. Su mismo nombre le da sentido a estos mitos, ya que la palabra “Huaco” en aymara se refiere a una mujer “varonil” y libre. Como bien dice la historiadora María Rostworowski: “No interesa saber si los hechos fueron verídicos o míticos, lo importante es analizar la estructura social que la leyenda sugiere. En esta Coya hallamos a la mujer tomando parte activa en la conquista del Cusco, luchando junto a los varones y capitaneando un ejército, lo que ilustra la situación femenina en un tiempo mítico, y el nivel concedido a su posición social.” [3]

La conclusión no es menor, a través del mito se expresa una realidad social y en ella un sistema sexo género radicalmente distinto al de occidente. No es poca cosa. El “civilizado” Occidente moderno todavía encuentra su mito fundacional en la misógina fábula del génesis, donde Eva, la mujer originaria, es literalmente apenas un apéndice de Adán, el hombre; más aún, todo lo negativo surge de ella, la mala intención, la pérdida y la culpa.

Hemos querido empezar este trabajo refiriéndonos al origen de la sociedad Inca, última administración de un orden social complejo formado por centenares de diversos pueblos ancestrales de los cuales descendemos, y particularmente a la historia de una mujer protagónica en el origen de ese orden social. Dos entradas que nos permiten aportar a la reconstrucción de una memoria doblemente negada, intentando poner sobre letras el rumor dos veces silenciado, el eco fértil de una historia bi postergada.

Nos referimos simultáneamente a la memoria de los pueblos indígenas, afro descendientes, mestizos, criollos, latinoamericanos, en fin los que están por contar su historia, la nuestra. Y a la de las mujeres dentro de ella. Doblemente negadas entre los negados, doblemente vencidas, silenciado más aún su protagonismo, inconcebible e incomprensible para los que hasta ahora han contado nuestra historia oficial, e incluso a veces alternativa.

Excavamos en el silencio, en el olvido, en la telaraña de los prejuicios coloniales eurocéntricos y patriarcales, importados de la “civilizada” Europa, a fuerza de genocidio y epistemicidio. Nada fácil, por el contrario.

A veces, se ha mostrado con acierto el patriarcalismo, pero sin poder superar el más sutil e internalizado colonialismo eurocéntrico. Otras, al revés, se trabaja exitosamente por desnudar la colonialidad pero no llega a cruzarse con el análisis de género.

Buscamos aportar a este encuentro entre el análisis de género y nuestra memoria propia, contra colonial. Intentar coger el hilo de las que estuvieron y nos antecedieron, una hebra delgada pero imprescindible para hilvanar nuestra emancipación auténticamente integral. Es una forma de democratizar la historia, de hacer voluntad la memoria. En suma, un intento por re descubrirnos como mujeres y latinoamericanas.

El saber despatriarcalizado

Sin duda los estudios feministas o de género en nuestro continente han dado un gran aporte al análisis de la situación de la mujer latinoamericana, y en muchos de los casos han acompañado procesos imprescindibles tanto académicos como sociales, es el caso de la visibilización de la desigualdad en los roles que desenvuelven cada uno de los géneros, el acompañamiento en la formación de las organizaciones sociales de mujeres, la denuncia abierta de la violencia contra la mujer, o la lucha por un aborto legal para que no sigan muriendo miles.

Con el desarrollo de estos aportes hemos podido llegar a cuestionar bases de las ciencias sociales, donde siempre se asumía la existencia de una sociedad única sin ver que hombres y mujeres tienen mundos sociales distintos y desiguales, construidos históricamente; se ha podido visibilizar la forma predominantemente androcéntrica de la ciencia.

Estas contribuciones nutridas de reflexión y militancia han sido claves para poner sobre la mesa una problemática que trasciende todos los espacios de la vida social. Hace varias décadas el enfoque de género está instalado no sólo en las aulas universitarias, sino en los programas de gobierno y en la misma sociedad civil. Aún cuando todo esto es todavía claramente insuficiente para los retos de la igualdad plena entre los géneros, existe un evidente avance de la crítica y despatriarcalización del saber.

Sin embargo, al mirar nuestra propia historia latinoamericana, este enfoque y este movimiento exhibe un enorme vacío. En lo que constituye una irónica e incómoda paradoja, el silencio que el enfoque de género y el feminismo muestra hacia nuestra historia ancestral y antigua, particularmente de nuestros pueblos originarios y nuestra primera independencia, y especialmente hacia las mujeres dentro de ella, viene a coincidir de hecho con la versión patriarcal de la misma.

En esa versión patriarcal, “oficial”, las mujeres desde este lado de la historia al que hoy nos referimos han llegado a ser en su máxima expresión relatadas como “la fiel compañera” en la vida de los héroes, como la nota al pie de página en los grandes acontecimientos, siendo invisibilizadas como protagonistas de hechos históricos con capacidad y autonomía propia.

Convergentemente, en la versión tradicional de género y feminismo, estas “fieles compañeras” son reconocidas a lo mucho y a regañadientes como “atisbos”, “luces”, “excepcionalidades”, nunca como elementos significativos, importantes, dignos de investigación, de la lucha de las mujeres, la cual siempre empieza y se le encuentra relevancia únicamente en Europa.

Nuestra hipótesis es que la estructura social de poder jerárquica del Occidente patriarcal, que pone a las mujeres en un peldaño inferior respecto del hombre, por ahora, ha sido cuestionada con éxito en América Latina sólo al ritmo y la pauta de la modernidad y pos modernidad europea. La mayoría de la innumerable cantidad de publicaciones con enfoque de género y feministas que se refieren a nuestra historia, topan el límite de la “primera mujer” en entrar a la universidad o en adquirir el derecho a sufragio, hechos que en Nuestra América tienen cerca de un siglo, o menos, de haber ocurrido, mientras la historia de nuestras mujeres alcanza alrededor de miles de años. Adicionalmente, se trata de hitos históricos que han sido protagonizados por un tipo único de mujer, blanca y acomodada, y no representan por tanto, ni temporal ni socialmente, todo el andar de la lucha de las mujeres latinoamericanas por su emancipación. Se sigue en este proceder el molde europeo que dio origen en la época moderna al movimiento feminista. Las mujeres en la revolución francesa, las luchas por el sufragio y la educación formal, y como parte del movimiento obrero en Europa y Estados Unidos, son los elementos centrales de esa matriz histórica feminista, que incluye por cierto a los pensadores hombres que postularon la igualdad de derechos de las mujeres, también por supuesto siempre europeos.

Frente a esa matriz histórica, nosotras nombramos el silencio, reivindicamos y re construimos la historia morena y femenina, propia y ancestral, la de las indígenas, las negras, las pobres, las despreciadas, las subversivas, original e inédita y por tanto no reductible a la de Europa, olvidada no sólo por la cultura machista y hegemónica que media la cotidianidad, sino también por los estudios de género y feministas tradicionales.

Descolonizar el saber

Es ya muy conocida la frase “Nunca más un mundo sin nosotras”, instalada desde el movimiento feminista en todo el mundo, pero ¿qué significa cuando una latinoamericana dice “Nunca más un mundo sin nosotras”? ¿Quiénes somos esas “nosotras”? ¿Somos Olimpia de Gouges? ¿Simone de Beauvoir? O quizás ¿Clara Zetkin? Sin duda, sí lo somos.

Pero ¿Somos únicamente ellas? ¿No hay nada más, nadie más, de este lado del sol y de la historia? ¿Quiénes quedan invisibles y sin palabra en esa matriz de tierras y mujeres hermanas, pero lejanas y distintas? ¿Quiénes somos específicamente, integralmente? ¿Es que las mujeres nuestras ancestrales y permanentes no tienen en verdad nada que decir, antes de ese supuesto “nacimiento fundante” europeo de nuestras luchas?

No se trata de oponer y excluir “a las de allá” con “las de aquí”. Se trata de establecer relaciones de justicia, horizontales, no jerárquicas, también en el ámbito del conocimiento, de los saberes, de la memoria, en este caso dentro de la reflexión y práctica de las luchas por la emancipación de la mujer. La historia de nuestras mujeres latinoamericanas ha estado ausente no sólo por el machismo en el que devinieron nuestras sociedades, sino también por el colonialismo impregnado en nuestros conocimientos, donde priorizamos estudiar lo que viene de afuera, y no miramos lo propio, o lo consideramos “inferior”, perdiendo un mundo lleno de conocimientos y posibilidades.

Proceso que atribuimos a la “colonialidad”, entendida esencialmente como la relación de hegemonía y dominación cultural, mental, que está ligada pero es distinguible y más profunda que la dominación política y económica “colonial”.[4] En la academia, se ve reflejado en cómo nos acercamos a nuestro objeto de estudio, desde dónde y quién conocemos y pensamos lo que estudiamos, cómo lo nombramos, es decir desde qué matriz epistemológica vamos construyendo conocimiento. Y en el sentido común podemos verlo en los códigos que operan en nuestras mentes sin darnos cuenta, y que han conformado el mundo simbólico del que somos parte, está en nuestro lenguaje, valoraciones e inconsciente.

Esta colonialidad se hace perfectamente evidente a la hora de rastrear lo que estudian las investigadoras dedicadas al género o la historia de las mujeres, donde encontramos estudios unidimensionales, en los que sin desmerecer sus valiosos aportes europeos y norteamericanos, nuestra raíz histórica y mental, el código genético de nuestra identidad, está sin embargo ausente.

¿Hasta cuándo correremos a buscar la última teoría que nace de otra realidad, cerrando los ojos a nuestra propia memoria y saber? ¿Hasta cuándo buscaremos nuestras respuestas únicamente en otras latitudes?

Lo decimos con toda claridad: Valoramos el aporte de las experiencias de lucha y reflexión de la emancipación de las mujeres en todas las tierras del mundo. Pero rechazamos la colonialidad de negar nuestros propios aportes, desmentimos la supuesta o pretendida “inferioridad” de las experiencias de nuestras mujeres y pueblos en esa lucha. Reconstruimos las luchas y las voces de las silenciadas y las negadas. No contra aquellas otras, sino tan valiosas como ellas.

Ciertamente, se trata casi en la totalidad de los casos de una negación y colonialidad inconsciente, por la boca de la academia y de ciertos feminismos habla la colonialidad eurocéntrica como estructura sutil, asumida como la “verdad”, naturalizada como “realidad”, indiscutible, “oficial”.

La Arqueología del silencio

¿Cómo entonces concretamente emprender esta tarea de emancipación integral de las mujeres latinoamericanas, desde dónde?

Enfrentando una tarea distinta en época y objetivos específicos, pero idéntica en cuanto a re construir lo negado en la historia, el filósofo francés Michel Foucault, planteó la metodología arqueológica, que tomando la metáfora de la arqueología, planteó abandonar las reglas tradicionales históricas y explorar en cada caso, cada objeto de estudio, como una reconstrucción deliberada, sin presupuestos ni principios explicativos a priori, sentando una visión compleja, incluyente de la historia, que daba cabida a contradicciones, rupturas, heterogeneidades y diversidades de la experiencia histórica humana, abriendo la posibilidad de lo “otro”, lo “diferente”, lo “inédito”.[5]

Nos parece pertinente plantear en nuestro caso una arqueología del silencio, una excavación en los registros y fuentes históricas, con una nueva mirada, para desenterrar capa por capa y poner voz a ese silencio, para rescatar a las protagonistas negadas, a las que subvirtieron roles en medio y en contra del patriarcalismo, a las y los que, a mano y sin permiso, hicieron y reflexionaron la igualdad de las mujeres en Nuestra América Latina, desde ella y para ella.

Se nos enseña que la lucha de la mujeres por su emancipación comienza con las mujeres que participaron en la revolución francesa, en la Comuna de París y está muy bien y es cierto para Europa; pero no lo es para Nuestra América Latina, y es una injusticia del conocimiento que se silencie y excluya, ni siquiera nombrándolas, a las mujeres que mucho antes participaron en las cientos de resistencias contra la colonia, o a las mujeres que fueron militantes de los procesos de la primera independencia, todas ellas subvirtiendo los roles patriarcales y machistas, imponiendo a contramano el protagonismo femenino, rompiendo decididas y precursoras, simultáneamente, las supuestas supremacías de los hombres, los blancos, los ricos y los extranjeros.

Iniciábamos estas reflexiones aludiendo a uno de los mitos fundantes, Mamahuaco, de nuestros pueblos ancestrales, en los que se expresa un sistema sexo género original, propio y diferente. Añadimos también otro de la misma cultura del Tahuantinsuyo. Se trata de las piedras Pururauca, las cuales, en medio de la batalla, se convertían en míticos guerreros invencibles, otorgando la victoria a los incas. “Entre las piedras pururauca, en el Cusco adoraban especialmente a una llamada Tanancuricota que era venerada por ser una mujer que apareció junto con los legendarios soldados; con ella lo femenino quedaba comprendido en la gesta guerrera”.[6]

Al lado del Inca, estaba la Coya, señora con máxima autoridad. Y no era una excepción. En el Tahuantinsuyo era ley que “todos los hijos e hijas de un Curaca (autoridad política administrativa regional) podían pretender al poder”, siendo la condición principal para acceder a estos cargos de poder la capacidad y habilidad, independiente de su sexo. Fueron numerosas las mujeres en estos cargos de poder; es el caso de la Curaqueza Contarhuacho, señora de seis guarangas (mil unidades domésticas) de Huaylas. Otro cargo de alto poder, el de sacerdote, era también ejercido por mujeres, sacerdotistas, algunas de ellas famosas, “como aquella del ídolo de Apurímac, que prefirió lanzarse al abismo antes de caer en manos de españoles”. Se sabe que en el sistema de herencia del mundo andino la mujer podía tener acceso a la propiedad de sus propios bienes y heredar a sus descendientes y no a los del marido, cuestión que en el sistema “civilizado” occidental fue bandera de lucha todo el siglo XX y se logró muy recientemente en Nuestra América Latina. Otra de las banderas de lucha de las mujeres en la cultura occidental es la de la igualdad en el lenguaje español, que no cuenta formalmente con una palabra para designar a hombres y mujeres, invisibilizando a las mujeres en categorías plurales masculinas, actualmente se buscan fórmulas auxiliares para suplir esta ausencia; curiosamente, en el Runa Simi (idioma “general” del Tahuantinsuyo, derivado del quechua), todas las categorías de ciclo de vida estaban distinguidas en femenino y masculino.[7]

Estas evidencias de un sistema sexo género particular e inédito, propio de las culturas latinoamericanas ancestrales, aparece por todo el continente. Es el caso de la “Gaitana”, indígena huila de la actual Colombia, quien comandó la federación “Pijao” de diversos pueblos indígenas, derrotando militarmente a los españoles y ajusticiando al gobernador Pedro de Añasco, cuyos crímenes contra la población indígena le valieron fama, siendo convertida por los cronistas españoles en el símbolo de la venganza femenina.[8] También el de la “Janequeo”, nombre castellanizado de “Anuqueupu”, originaria de la actual Villa Rica, en el sur del actual Chile, quien llegó a ser “Inan Toqui”, comandante general del ejército popular de resistencia mapuche, llegando a derrotar completamente a los españoles en 1585 y 1586, bajo el lema registrado por los cronistas: “no creas lo que digo sino mira lo que hago”. Y no era una excepción entre los mapuche. “En el ejército popular mapuche, también combatían las mujeres, llegaron a tener escuadrones completos de mujeres, diestras en el caballo y el uso de la lanza y la flecha, expertas en guerra de dispersión, espionaje y las tareas de la retarguadia… Guacolda luchaba en el mismo escuadrón de Lautaro y otras miles de lamgens (hermanas) lo hicieron y aún lo hacen en esta larga lucha del pueblo mapuche”.[9]

Para el pensamiento europeo que en esos años recién salía del sexocidio más grande de su historia, el crimen masivo contra las mujeres para someterlas por el terror, con lo que fue la caza de brujas que duró hasta entrada la Edad Moderna;[10] era imposible reconocer al género femenino participando a la par de los hombres, y menos aún al mando de ellos en contextos de poder o desgarramientos históricos.

No afirmamos que el sistema sexo género de nuestros pueblos originarios sea el ideal o que estuviera libre de contradicciones y relaciones de dominación, lo que sí evidenciamos es que se trata de uno absolutamente inédito y original, no reductible al de Europa occidental pretendido como “modelo único, universal”. Y señalamos la tarea teórica y política de investigarlo, re construirlo y comprenderlo en su particularidad, como parte del programa de emancipación integral de las mujeres y los pueblos de Nuestra América Latina y del mundo.

Durante la colonia española, surge la figura temprana y pionera de Sor Juana Inés de la Cruz, defendiendo su derecho de ser mujer e intelectual, en una época, segunda mitad del siglo XVII, cuyo orden social sometía a las mujeres criollas blancas a dos únicas opciones de vida, ser esposa sumisa y pasiva, o ser religiosa de la iglesia católica en el convento. A temprana edad, aprende a leer a escondidas, desde los ocho años sueña con ingresar a la primera universidad en México, y desde esa edad también comprende “que el mayor obstáculo a su deseo de saber era su género”. En esa encrucijada, opta por el convento, único espacio posible para desarrollar una obra poética e intelectual tan rica y valiosa como crítica de los convencionalismos patriarcales: “… ¿O cuál es más de culpar, / aunque cualquiera mal haga: / la que peca por la paga / o el que paga por pecar?”.[11]

En 1871, liderada por Túpac Amaru II, se produce la más grande rebelión anticolonial en Suramérica, que llegó a abarcar, a lo largo de dos años, territorios de siete de los actuales países (Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina y Chile), y que tuvo repercusiones en lugares tan distantes como Panamá y México. Superando largamente la atrasada cultura machista de los “civilizados” europeos de la época, en ella las mujeres jugaron con plena igualdad un rol crucial en el movimiento.

Los muy temidos “batallones de mujeres” que, según los partes de guerra españoles, eran “más feroces que los hombres”, fueron un instrumento estratégico en la lucha. Pero ellas estuvieron al mando, no solo de mujeres, sino de hasta cinco mil hombres, siendo mandos, combatientes y mártires de la epopeya, como en la batalla del Cerro Puquinacancarí, librada el 19 de mayo de 1781, y comentada así en los informes españoles: “…y sin embargo de no llegar a 100 los enemigos hicieron una obstinada y bárbara defensa… Pero ellos lejos de intimidarse con la inmediación de las tropas que se dirigían al ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar más que en morir o defender el puesto que ocupaban, con la mayor intrepidez y osadía… y viéndose ya sin recurso, algunos se despeñaron voluntariamente, y entre los otros una mujer con un niño a las espaldas. Los pocos que se cogieron vivos se ajusticiaron; una mujer prisionera se tendió voluntariamente sobre un cadáver y viendo que tardaban en matarla, levantó la cabeza y dijo por qué no la mataban…”.[12]

Un testigo realista de la insurrección registró el radical carácter subversivo que representaban estas mujeres para los roles socialmente asignados a ellas: “Finalmente esta provincia está en una confusión infernal… Solamente se ve y se sabe de crímenes, prueba de lo cual es la niñería que ha permitido nombrar mujeres como capitanes…”.[13]

Pero no sólo en lo militar rompieron roles de subordinación femenina, sino que además fueron brillantes organizadoras e ideólogas, con mando sobre extensas regiones y poblaciones, como Micaela Bastidas, esposa de Tupac Amaru II, quien era “lo que diríamos ahora la jefa del ejército indio. Era ella la que reunía los contingentes de campesinos que llegaban al Cuartel General; ella la que dictaba las ordenes, salvoconductos, cartas, proclamas, ella la que veía por la seguridad del Inca; la que reflexionaba y atingía la acción… la que cuando urgía se ponía a la cabeza de los guerrilleros nativos y salía a pelear y vencer.[14] También Tomasa Tito Condemayta, curaqueza (autoridad política administrativa regional) de Acos, Bartolina Sisa, Úrsula Pereda, Cecilia Escalera, Gregoria Apaza, Marcela Castro, Margarita Condori, Manuela Tito, Antonia Castro, Agustina Ayma, Catalina de Salas y Pachakuti, Francisca Herrera, Manuela Beltrán, y centenares de mujeres, indias, mestizas y criollas, con un promedio de 26 años de edad, quienes rompían desde su vida misma, su práctica cotidiana, junto con la dominación colonial, la de los prejuicios y roles patriarcales asignados por la colonialidad patriarcal.

En los claustros académicos latinoamericanos, en lo que respecta a los estudios de género, se nos enseña que el pensador inglés John Stuart Mill en 1869 escribía sobre los derechos de las mujeres y el necesario cambio de los roles femeninos por estar subordinados a los del hombre; y está muy bien. Sin embargo, preguntamos por la razón que explica que no se mencione siquiera a Francisco de Miranda, caraqueño revolucionario y gestor de nuestra independencia, quien un siglo antes que aquel inglés ya planteaba el derecho a voto de las mujeres, y la igualdad de derechos entre los dos sexos.

“Por mi parte os recomiendo una cosa sabio legislador: las mujeres. ¿Por qué dentro de un gobierno democrático la mitad de los individuos, las mujeres, no están directas o indirectamente representadas, mientras que sí están sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres hacen a su gusto? ¿Por qué al menos no se les consulta acerca de las leyes que conciernen a ellas más particularmente como son las relacionadas con matrimonio, divorcio, educación de las niñas, etc.? Le confieso que todas estas cosas me parecen usurpaciones inauditas y muy dignas de consideración por parte de nuestros sabios legisladores. ¿no han violado todos ellos el principio de la igualdad de derechos al privar, con tanta irreflexión a la mitad del género humano del de concurrir a la formación de las leyes, es decir, excluyendo a las mujeres del derecho de ciudadanía? ¿Puede existir una prueba más evidente del poder que crea el hábito incluso cerca de los hombres eruditos, que el de ver invocar el principio de la igualdad de derechos… y de olvidarlo con respecto a doce millones de mujeres?”. Que Miranda sostuvo constantemente esta lucha, y que ella cayó en la más absoluta incomprensión y silenciamiento, lo prueban los siguientes pasajes de la misma carta: «Si tuviera a la mano mis papeles, encontraría unos cuantos planteamientos que hice sobre el particular al conversar con algunos legisladores, de América y Europa, los cuales jamás me han dado razón satisfactoria alguna, conformándose con reconocer tal injusticia los más de ellos».[15] Pero Miranda no sólo reflexionó y propuso sobre la igualdad de derechos de las mujeres, también la incorporó en su práctica de lucha independentista. Cuando su precursor desembarco militar independentista en Coro, Venezuela, del año 1806, tres mujeres estuvieron entre las diez personas de la región procesadas por conspirar en apoyo de Miranda y su malograda incursión. Durante la primera república venezolana, en 1811, en la Sociedad Patriótica, la primera organización política antecedente de los Partidos Revolucionarios modernos, cuya creación es atribuida a Miranda y Bolívar, no sólo encuentran membresía los criollos revolucionarios, sino también, por primera vez en siglos, los excluidos y despreciados: los “pardos” (mestizos, indígenas y negros) y las mujeres.[16]

Tampoco aparece relevante en los registros tradicionales de género de nuestras academias que Simón Rodríguez, el genial maestro de Bolívar, ya en 1826, como “ministro de educación” de la naciente Bolivia, el último experimento soberano y social bolivariano, fue acusado de “loco” y “degenerado” por la oligarquía, por plantear, además del bilingüismo escolar indígena, las escuelas mixtas: “En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas. Primero, porque así desde niños los hombres aprenden a respetar a las mujeres; segundo, porque las mujeres aprenden a no tener miedo a los hombres”. Y por querer “enseñar oficio a las mujeres para que el matrimonio no sea para ellas asunto de sobrevivencia”.[17]

Matrimonio por sobrevivencia es justamente el de Manuela Sáenz, y más tarde el de Flora Tristán, y todavía hoy, doscientos años después, es problema de muchas. Manuela es popularmente conocida como la amante y fiel compañera de Simón Bolívar, sin entender que ella era una referencia en sí misma, como persona, y no del otro siempre masculino, restándole así su personalidad propia e independiente. Poco se sabe que Manuela subvirtió el rol social que estaba asignado a su género -y casta, por ser “ilegítima”- y lo hizo antes de conocer y enamorarse de Bolívar, con su participación activa y decisiva en la libertad de nuestro continente, asumiendo tareas políticas de conspiración, y militares en donde por su desempeño se le otorgó la “Orden del Sol” que se la dio el mismo San Martín en 1822. Esta Orden era una muestra del programa revolucionario de San Martín, inspirada en la memoria ancestral andina, y destinada a proteger con pensiones de por vida y hereditarias a los más destacados patriotas y sus familias, que habían sacrificado su vida y fortunas por la causa revolucionaria, de la venganza oligárquica que, finalmente, sí condenó a la miseria y el olvido a casi todos ellos. Era además una medida simbólica revolucionaria para remplazar el privilegio nobiliario y del dinero por el del mérito en la causa libertaria. El carácter subversivo del género para la época de esta distinción otorgada a Manuela lo registra Bartolomé Mitre, historiador y presidente de Argentina, organizador de la república oligárquica, etnocida y centralista, y declarado enemigo y calumniador de San Martín y Bolívar, quien se escandaliza de la medida por considerarla propia de indígenas y peor aún… por incluir a las mujeres: “Como complemento de ese plan de aristocracia indígena, hizo extensivos a la mujer sus honores y privilegios”.[18] Manuela ascenderá a Coronela por su valor como lancera a caballo en la batalla de Ayacucho que consagró la libertad de América. Y doscientos años después de su muerte física se convierte en una de las primeras Generalas de ejército del continente, grado póstumo concedido recientemente por parte del actual gobierno ecuatoriano, de manera que Manuela sigue subvirtiendo roles de género, a la vanguardia aún en el presente, y a pesar de la indiferencia del feminismo tradicional; cabalgando indómita, permanente, luminosa.

Con esa misma firmeza con la que hizo suya la lucha por la libertad y la integración latinoamericana, ella logró en su vida personal romper con las ataduras sociales que exigían a la mujer ser esposa sumisa y pasiva, casada desde muy joven por arreglo de su padre con el médico inglés Jaime Thorne, Manuela al enamorarse de Bolívar asumió sin prejuicio y con orgullo su amor rebelde, prueba de ello es una carta que le envía al que fue su esposo donde le dice “Me cree Ud. menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales”,[19] palabras precursoras para su tiempo; sin embargo casi desconocidas por las feministas y estudiosas del género en América Latina.

Y no fue la única. Son numerosas las mujeres en toda Nuestra América que al mismo tiempo que subvirtieron la dependencia colonial, lo hicieron también con el patriarcalismo hegemónico. Policarpa Salavarrieta, experta en inteligencia para la causa de la primera independencia en la actual Colombia; Juana Azurduy, jefa guerrillera patriota del Alto Perú hoy Bolivia; Rosa Campusano patriota independentista en el actual Perú; Gertrudis Bocanegra patriota y mártir del actual México y centenares más, que podrían llenar innumerables páginas con aportes precursores, con protagonismos contra patriarcales, a medio enterrar todavía, pendientes, por descubrir. En fin, ausencias que gritan desde la historia que “nosotras también contamos”.

América Latina feminista en sus intentos

Nuestra propuesta es generar reflexión desde nosotras y nosotros, las que fuimos y las que somos, volviendo la mirada al pasado para poder caminar nuestro propio destino; reconociendo el aporte de este sur femenino como equivalente al de otras culturas. No más, pero tampoco menos.

La ola de descolonización y soberanía cultural que felizmente recorre el continente, irrumpe también en el saber sobre las mujeres, toca sumarnos decididamente y aportar. Comprometernos en la constante construcción y enriquecimiento del feminismo latinoamericano, para hacerlo más auténticamente latinoamericano, útil para la mujer quechua, aymara, afrodescendiente, mapuche, amazónica, mestiza, latinoamericana, que sea de ellas, de nosotras.

La decisión esta tomada, echamos a andar por esta memoria permanente. Es un camino difícil, largo y a la vez lleno de intentos, posibilidades y sueños.


[1] Socióloga investigadora y poeta peruana. Cursa el Magíster en Estudios de Género y Cultura en América Latina de la Universidad de Chile. Integrante de diferentes movimientos sociales. luciamariana123@gmail.com

[2] Alvites S., Lucía Mariana. Fogoneras del tiempo. http://fogonazosdeabajo.blogspot.com/

[3] Rostworowski, María. Historia del Tahuantinsuyo. Instituto de Estudios Peruanos. Perú. 1988. Págs. 33, 34 y 35.

[4] Entre otros, Quijano, Aníbal. Colonialidad del Poder, Eurocentrismo y América Latina. En: Edgardo Lander (Ed) La Colonialidad del Saber: Eurocentrismo y ciencias sociales-perspectivas latinoamericanas. CLACSO. Buenos Aires. 2000. Y De Sousa Santos, Boaventura. Conocer desde el sur. Para una cultura política emancipatoria. UNMSM – Programa de Estudios sobre Democracia y Transformación Global. Perú. 2006.

[5] Foucault, Michel. La arqueología del saber. Siglo XXI Editores. 15º edición (1º edición 1969). México. 1997.

[6] Rostworowski, María. Op. Cit. Pág. 131.

[7] Ibíd. Págs. 139, 141, 184, 191, 208, 244, y de 293 a 302.

[8] Osorio, Betty. La Gaitana: Mito de autonomía y resistencia. En: Varios autores. Las desobedientes, mujeres de Nuestra América. Panamericana Editorial. Colombia. 1997. Págs. 25 a 44.

[9] Gavilán, Víctor. La nación Mapuche. Puelmapu Ka Gulumapu. Editorial Ayun. Chile. 2007. Págs. 64 y 70 a 73.

[10] Fernández, Ana Maria. La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombre y mujeres. Paidos. Argentina. 1993.

[11] Scott, Nina. La inmolación intelectual de Sor Juana Inés de la Cruz. En: Varios autores. Las desobedientes, mujeres de Nuestra América. Panamericana Editorial. Colombia. 1997. Págs. 45 a 64.

[12] Mariscal José del Valle. Parte de Guerra. En: Jimenez, Ricardo. El largo parto de un pensamiento propio. Historicidad y generalización ahistórica en América Latina. CCB Bolivia – RUTA – C. E. Mariátegui. Bolivia. 2007. Pág. 72 y 73.

[13] José Tapia, sacerdote realista y vicario general de los llanos de Casanare, actual Venezuela. Informes al gobierno colonial. 10 de julio. 1781. En: Jiménez, Ricardo. Op. Cit. Págs. 72, 73 y 103.

[14] Barrionuevo, Alfonsina. Habla Micaela. Ediciones Iberia. Perú. 1976. Pág. 112.

[15] Carta de Francisco Miranda a Jerôme Pétion. 26 de octubre de 1792. En: Bohórquez, Carmen. Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de América Latina. Fundación editorial el perro y la rana. Gobierno bolivariano de Venezuela. Tercera edición revisada y ampliada. Caracas, Venezuela. 2006. Págs.

[16]Bohórquez, Carmen. Op. Cit. Págs. 272 y 302.

[17] Rodríguez, Simón. Sociedades Americanas en 1828. (Publicado originalmente en Arequipa, en 1828) En: Obras completas de Simón Rodríguez. Universidad Simón Rodríguez. Caracas, Venezuela. 1975.

[18] Mitre, Bartolomé. Historia de San Martín. Suelo Argentino. Buenos Aires, Argentina. 1950. Pág. 392.

[19] Ortiz, Lucía. Genio, figura y ocaso de Manuela Sáenz. En: Varios autores. Las desobedientes, mujeres de Nuestra América. Panamericana Editorial. Colombia. 1997. Págs. 83 a 117.

Fuente: Lucía Mariana Alvites S. [1] / Revista 1Mariátegui