Fernando Vicente Prieto

Henry Reeve es el nombre del contingente médico de Cuba que, ante la pandemia, recorrió el mundo en los últimos meses para asistir a nada menos que 24 países. La historia del joven norteamericano del siglo XIX que es sinónimo de la solidaridad internacional en el siglo XXI.

Henry Reeve tenía apenas 26 años cuando el 4 de agosto de 1876 cayó en combate en Cuba. Para esa fecha, había pasado los últimos siete años de su vida en esa tierra. Lejos de su Nueva York natal, pero muy cerca de la causa que abrazó en la temprana adolescencia en su país de origen, atravesado por la guerra civil.

Reeve había nacido el 4 de abril de 1950, en Booklyn, en una familia presbiteriana de clase media. Su niñez transcurrió en una sociedad norteamericana desgarrada por las tensiones raciales y las disputas entre el Sur esclavista y el Norte industrial. De acuerdo a diversos testimonios, Reeve participó en el Ejército del Norte como tambor, cuando apenas entraba en la adolescencia.

Diez días después de su cumpleaños número 15 sucedió un hecho que lo marcaría profundamente: en un teatro de Washington DC atentaban contra la vida del entonces presidente, Abraham Lincoln. Lincoln fue atacado la noche del 14 de abril de 1965 y falleció pocas horas después, ya en el día siguiente. No había pasado una semana desde que el 9 de abril el General Lee, comandante del esclavista Ejército de los Estados Confederados, se había rendido ante el General Grant en Appomattox, Virginia, dando fin a la guerra interna.

Tres años después, en octubre de 1968, en Cuba, los patriotas al mando de Carlos Manuel de Céspedes daban inicio a la larga lucha por la independencia frente al colonialismo europeo. En la finca La Demajagua, de su propiedad, Céspedes reunió a los independentistas dispuestos a sublevarse contra la monarquía española y liberó a sus esclavos. Este episodio, conocido como el Grito de Yara, significó el comienzo de la Guerra de los 10 años (1968-1978), también llamada la Guerra Grande. Mientras comenzaban los combates en la isla, la Junta Cubana de Nueva York reunía dinero, armas y hombres para apoyar la insurrección.

Por esa época, el joven Reeve trabajaba como tenedor de libros en un banco. El contacto con emigrados cubanos lo había sensibilizado y pronto decidió compartir su causa. Con 19 años recién cumplidos, el 4 de mayo de 1969 se embarcó en el vapor Perit (o Perrit) con el nombre de Henry Earl. Su primera función fue como soldado ordenanza del general Thomas Jordan. Paradójicamente Jordan había sido oficial del bando confederado en la guerra civil norteamericana.

El propio contingente era en sí mismo expresión del internacionalismo que signaba a la gesta y que también había sido común a las guerras de independencia en América del Sur. En el barco la mayoría eran cubanos exiliados en EE. UU., pero un número importante —alrededor de 80, o tal vez más— eran estadounidenses. Según los registros de la época, también había combatientes nacidos en Venezuela, en México, en España, en Polonia y en Hungría.

El coronel Fernando Figueredo, en el clásico libro La revolución de Yara, editado por primera vez en 1902, relata lo siguiente: “Entre los expedicionarios se contaban el instruido General confederado Jordán y como cien jóvenes americanos, algunos pertenecientes a familias acomodadas de New York y Brooklyn. El más distinguido de éstos por sus modales, por su educación y quizás por su nacimiento, era un joven soldado que con el nombre de Henry Earl se había alistado en New York, y sin conocimiento de sus padres había desembarcado en las playas de Cuba para pelear  por su independencia”.

El 9 de mayo de 1969 (o el 11, las fuentes son contradictorias en este punto) el barco llegó a la península El Ramón, en el oriente de Cuba. Tras complejas maniobras, el 13 de mayo finalizó el desembarco y comenzó la tarea de mover por tierra el importante arsenal que transportaba. El bautismo de fuego fue en la mañana del 16 de mayo. Una imprudencia de los revolucionarios puso sobre aviso a la Armada española y los realistas atacaron. De inmediato comenzó a destacarse este joven rubio y de ojos claros, que muchos años después sería bandera de la solidaridad internacionalista.

“Algunos expedicionarios subieron en hombros —desde la playa— un cañón de bronce con el que empezaron a disparar sobre el enemigo fuertemente atrincherado; sobresaliendo en este hecho por su decisión y valentía un joven soldado norteamericano llamado Henry Reeve, quien recibió sus primeras heridas en el brazo y en el tórax; es decir, que en esta acción se derramaba sangre norteamericana en suelo cubano, como ejemplo de internacionalismo”. Con estas palabras refiere EcuRed, la enciclopedia en línea del Estado cubano, su primera participación en combate.

Cuatro días después, el 20 de mayo, la expedición tuvo una segunda batalla con las fuerzas colonialistas en Canalito, a pocos kilómetros de la anterior. Allí, de nuevo Henry Reeve se destacó por su heroísmo. Según cuentan, el mayor general Jordan pidió a uno de sus hombres: “Denle un fusil a ese muchacho que es más valiente que Julio Cesar”. A los pocos días combatiría también en La Cuaba y el 27 de mayo –cuando todavía no hacía un mes de su partida de EE. UU– sería capturado en el combate de Las Calabazas y sometido a un pelotón de fusilamiento. Recibió cuatro disparos, pero no murió.

Dice Fernando Figueredo en la obra citada: “Por una extraordinaria casualidad las cuatro balas que le asestaron a éste, de las que dos debieron despedazarle el cráneo y dos atravesarle el pecho, no hicieron sino herirlo levemente en la cabeza, dejándolo sin conocimiento, confundido entre los cadáveres de sus infortunados compañeros. La noche refrescó sus heridas, el joven volvió en sí y a la ventura, un extranjero en tienda extranjera, comenzó a andar sin dirección. Dos días estuvo perdido en los bosques, sangrando copiosamente, hasta que la fortuna hizo que algunos patriotas lo encontraran y condujesen al campamento El Mijial”. 

Así comenzaba su participación en la gesta independentista cubana, donde sería conocido como “El Inglesito” o Enrique “el Americano”. De soldado a brigadier general en pocos años, Reeve se convirtió en el hombre de confianza de Ignacio Agramonte, el Mayor, y tras su muerte en mayo de 1873, combatió bajo el mando del Generalísimo Máximo Gómez, quien lo tenía en la más alta estima.

Durante siete años participaría en más de 400 batallas, algunas de ellas memorables, como el rescate del brigadier Julio Sanguily, en 1971, realizado con carga a machete al mando de 35 mambises, contra una fuerza muy superior. El 28 de septiembre de 1873, en una de esas contiendas, Reeve resultó herido en su pierna derecha, que debió ser parcialmente amputada. Le adaptaron un aparato metálico a la cadera y a partir de ahí, peleó atado a la montura. 

El 4 de agosto de 1876, en Yaguaramas, su tropa fue sorprendida por las fuerzas coloniales, que le mataron el caballo y lo hirieron en un hombro, en una ingle y en el pecho. De pie, con el machete en una mano y el revólver en la otra, el general de brigada del Ejército Mambí se disparó a sí mismo en la sien antes de ser capturado.

Dicen que en la Junta Cubana de Nueva York, siete años antes, le preguntaron por qué se presentaba como voluntario. “Porque ustedes son patriotas”, explicó. “Y usted, ¿de dónde es?”, volvieron a preguntarle. “De allí donde se muere”, respondió.

Pero incluso esto mismo, hoy, se pone en duda.

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Hay en la carretera de Yaguaramas a Horquitas, camino a Playa Girón, un monumento a Henry Mike Reeve Carroll. Hay también, desde 2005, un contingente médico que lleva su nombre por todo el mundo ante cada epidemia o catástrofe que exige una mano solidaria. Allí, donde se viva.

Hay una historia de internacionalismo que une un siglo y medio de lucha contra el colonialismo, por la hermandad entre los pueblos. En esa historia Henry Reeve, de bata blanca, apunta y con Martí, dispara: “Patria es humanidad”.