Gonzalon Armúa

Desde las barricadas de Madrid en 1936 a las de París en 1968. Peleó por un mundo mejor con la igualdad como bandera.

Es mayo de 1968 y miles de jóvenes toman las calles de París. Las banderas y los cuerpos que vociferan consignas se confunden con el humo y las barricadas. En medio de la vorágine, una señora de acento extraño se distingue mientras levanta piedras para enfrentar a la policía; tiene 66 años y es argentina. Su nombre es Micaela Feldman, pero sus compañeros la conocen como Mika, y se desempeñó como capitana durante los tiempos de la Revolución española.

Nació en Santa Fe en 1902 y fue la única mujer que ejerció mando de tropa durante una Revolución que luego derivaría en lo que se conoció como la Guerra Civil Española. Ella y su compañero Hipólito Etchebéhère llevaban años de militancia política en organizaciones comunistas y libertarias de Argentina, cuando viajaron a Europa a mediados de la década de 1930.  Mika tuvo que hacer frente allí al fascismo, a las purgas internas y el patriarcado. 

En 1936 llegaron al Madrid de la II República, luego de una serie de viajes por Francia y Alemania que les permitieron estudiar la situación de la lucha de clases en Europa. Eran militantes de izquierda, libertarios, con posiciones cercanas al trotskismo, que veían de forma preocupante la pasividad de los socialdemócratas alemanes ante el ascenso del nazismo. 

En la España de esos días de julio, la tensión endurecía las caras de los obreros y obreras en cada esquina. Los sindicatos, en alerta y de guardia, porque las fuerzas de la reacción comienzan a moverse a la vista de todos. “Hay olor a pólvora en las calles madrileñas”, describió la capitana en Mi guerra de España, publicado en 1976. Un libro tan auténtico como los jirones de vida que dejó en ese país.

El 18 de julio, el ejército español se alzó contra al gobierno de la II República, pero no logró cumplir sus objetivos de forma inmediata. El levantamiento golpista fue resistido en Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia por las fuerzas republicanas, un bando variopinto integrado por socialdemócratas, anarquistas, comunistas y trotskistas; desde el centro hasta la izquierda más radical, antifascistas todas. 

Los sindicatos, organizaciones obreras y partidos revolucionarios tuvieron un papel central en la organización inicial del Ejército Popular, y también los y las internacionalistas que, provenientes de 54 países diferentes, llegaron a sumar más de 40 mil combatientes. Desde Argentina partieron al frente de batalla entre 600 y 800 militantes. Al decir del poeta chileno Pablo Neruda, “llenos de dulzura quemada y de fusiles, a defender la ciudad española en que la libertad acorralada pudo caer y morir mordida por las bestias”.

La pareja argentina se unió entonces a la Columna Motorizada del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que contaba con 120 integrantes y se encontraba bajo la jefatura de Hipólito. La claridad  política y el carisma personal de “Hipo” fue rescatada décadas después por el propio testimonio de su compañera. 

Es allí, en sus memorias, donde Mika recordó un lejano día de 1936 en el frente de Guadalajara, cuando una bala le destrozó el corazón a su compañero y responsable de la columna. Ella recibió su arma, un pañuelo “con su sangre rota”, según sus propias palabras: “De repente pienso en la mirada que me echaría diciéndome: todo esto lo sabíamos desde nuestros 18 años, elegimos la pelea, la pelea y la muerte, la nuestra y la de los otros”.

Fue así que a las pocas semanas de su llegada a España, la argentina asumió la dirección de su columna. Luego, con la posterior militarización de las milicias, alcanzó el grado de capitana en la 70° Brigada Mixta, integrante de la legendaria 14° División, comandada por el sindicalista Cipriano Mera. 

Mera era un obrero de la construcción, de ideología anarquista y muy respetado como dirigente sindical, respeto que le valió la posibilidad de preservar a sus compañeros y compañeras de las purgas estalinistas. 

Ese año y el siguiente fueron tiempos de resistencia y combates difíciles, de frío, privaciones y amargas disputas intestinas. La capitana argentina sobrevivió por poco a una granada que la sepultó viva, a una encerrona de los franquistas en la catedral de Singüenza, y a las balas rasantes en la defensa del frente de Madrid.

 

Su fama se difundió rápidamente entre las columnas de diversas organizaciones, sobre todo entre las milicianas. Mary Nash, en su obra Rojas: las mujeres republicanas en la Guerra Civil, rescató varias de las voces más notables de estas combatientes invisibilizadas. Dos voluntarias del 5° Regimiento se cambiaron a la columna de Mika porque habían oído decir que allí “las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que no lavaban ropa ni platos”. Además, las combatientes se quejaban de que no habían ido al frente de combate para morir con un trapo de cocina en la mano.

La lucha por obtener y legitimar la participación de las mujeres en tareas militares fue una constante en la militancia de Mika. En 1937 se unió a la organización feminista y anarquista “Mujeres Libres”, para profundizar el análisis y la crítica de los prejuicios y estereotipos machistas que campeaban en las propias filas. Por esos meses también se sumó a la sección española de Solidaridad Internacional Antifascista (SIA), una organización internacionalista de carácter libertario.

Permaneció en España hasta que las tropas franquistas lograron ingresar en Madrid en marzo de 1939. De allí partió a Francia, pero cuando esta fue ocupada en 1940 por los nazis, se vio obligada a retornar a la Argentina. 

Distante y crítica del peronismo, pero también contraria a la alianza de partidos de izquierda que en su antiperonismo se aliaron a partidos burgueses y conservadores, Mika retornó a París seis años después. El emblemático 1968 la encontró en las barricadas de las calles parisinas, en la misma ciudad en la que compartió amistad y lecturas con Julio Cortázar. 

Fue tal vez en esos años que se decidió a escribir sus recuerdos de la Revolución Española, que se publicaron precisamente en el año 1976, cuando nuevos fascismos emergían, esta vez, al sur de América Latina. 

Mika Etchéhèbere, ya septuagenaria, participó activamente de las manifestaciones contra la dictadura cívico-militar en su patria natal. 

En sus memorias, puso en boca de Mateo, un obrero y miliciano, estas palabras: “Que en esta guerra, que es la nuestra, mueran españoles me parece normal; pero que extranjeros como tu marido, […] como tú misma, vengan aquí a luchar por nosotros, a morir por nuestra causa, eso es algo grande”.