Documento de posicionamiento contra la industria de la guerra, en el marco de un nuevo aniversario del Rana Plaza, por la Marcha Mundial de las Mujeres de la región de las Américas y ALBA Movimientos
Este año recordamos que hace 10 años más de mil personas, la mayoría mujeres, murieron en el Rana Plaza, complejo de maquilas del vestido que alimentan el monstruo de la moda internacional: las transnacionales del textil. Para Bangladesh, las transnacionales de la moda representan un 20% de su producto interno bruto; un 20% basado en la explotación de los cuerpos, vidas y trabajo de mujeres y niñas mayoritariamente, que se ven obligadas a trabajar en condiciones laborales indignas, en turnos de hasta 12 horas por 3 USD o menos. En el Rana Plaza y en complejos similares en todo el mundo, vemos como las corporaciones imponen regímenes de semi esclavitud y anteponen las ganancias sobre la vida y el desarrollo de los pueblos.
Esta realidad no es muy distinta de la que vivenciamos en muchos rincones de nuestro continente, donde realizamos mano de obra precaria, sin derechos ni seguridad, para grandes empresas de exportación en sectores variados, como es la industria textil, pero también la industria de armas, de extractivismo, minería, agronegocio y tecnologías. Vemos como la hidra del capitalismo, el colonialismo, el racismo y el patriarcado se alimenta con las vidas de mujeres y niñas.
La concentración de la riqueza y el poder de las empresas transnacionales en el neoliberalismo, han alcanzado un nivel sin precedentes en la historia del capitalismo. El poder corporativo va mucho más allá de un poder estrictamente económico, impulsa e impone agendas políticas, culturales y legales a nivel internacional. El modus operandi del poder corporativo articula estas diferentes esferas, buscando ampliar el consentimiento y la legitimación del protagonismo de las empresas en la organización de la vida.
En la dinámica económica protagonizada por las empresas transnacionales, se combinan diferentes lógicas e intereses, desde los Estados de origen hasta los que están en los extremos de las cadenas, y que compiten entre sí por las inversiones con agendas de desregulación, especialmente laboral y tributaria. Los tratados de comercio e inversión son instrumentos de disputa geopolítica por la hegemonía y el control de territorios, recursos y bienes comunes. El acumulado feminista anticapitalista en esta agenda indica que mirar estas realidades, en las que la explotación y las violaciones se presentan en formas agudas, permite vislumbrar hacia dónde nos quieren llevar los cambios impulsados por el neoliberalismo, es decir, la generalización de la precariedad, por un lado, y la impunidad, por otro. Y, donde las empresas transnacionales encuentran obstáculos, puestos por los sujetos colectivos en lucha, utilizan la violencia, los intentos de cooptación, la persecución y el asesinato de los y las liderazgos. Con las estructuras estatales al servicio de las élites empresariales, la criminalización de la pobreza y de quienes la combaten se está extendiendo por todo el continente, especialmente en los países gobernados por la extrema derecha.
La hidra del capitalismo racista y patriarcal crece también con el imperialismo y con las estrategias de sumisión política y económica de los pueblos del Sur global. También este año se conmemoran 200 años de la Doctrina Monroe, y queremos dedicar un momento de nuestra marcha feminista en las Américas a analizar cómo esta doctrina impactó la dependencia latinoamericana y caribeña a los Estados Unidos, y cómo sus consecuencias siguen presentes en los tiempos actuales, impactando en nuestras vidas, en la militarización, la explotación de los bienes comunes y el despojo que hacen las transnacionales de los territorios del Abya Yala, de Nuestramérica.
Para analizar las coyunturas geopolíticas no podemos partir de la nada o quedarnos solo en el ahora. Nuestro continente está en la disputa imperialista desde el mismo momento que hombres europeos pisaron nuestra Pacha. Estas presiones sobre territorios y cuerpos americanos no cesaron con los triunfos de las gestas independentistas del siglo XIX.
Una trayectoria de resistencia al belicismo
En los últimos 200 años, los pueblos hemos estado sometidos a una guerra permanente que se expresa de forma bélica y no bélica. En los tiempos no bélicos, no podemos decir que disfrutamos de la paz. Esto se debe a que la visión de la paz, construida por la sociedad liberal como la ausencia de guerra, intenta ocultar, bajo intereses económicos, diversos conflictos, disputas y violencias que sufren los pueblos en sus territorios. Además, la mera existencia y mantenimiento de ejércitos militares como defensores de la soberanía y el orden imputan la inminencia de la guerra y el conflicto en la vida cotidiana de las personas. Es precisamente esta comprensión de la “paz” la que es objeto de críticas por parte de las feministas. Se impone una “no paz”, es decir, momentos cuando no hay enfrentamientos armados, pero vivimos bajo amenaza, en Estados que no garantizan los derechos humanos, que hipotecan nuestro futuro, que venden y explotan nuestros bienes comunes a las corporaciones transnacionales apoyadas por el poder bélico de los Estados Unidos de Norte América.
Nuestro análisis es que este modelo se organiza intensificando el conflicto entre el capital y la vida, en el que sigue utilizando los mismos mecanismos de acumulación desde sus inicios: el control del trabajo, de los cuerpos y de los territorios, utilizando siempre mucha violencia. Por eso, hablamos de una guerra permanente contra los pueblos, a través de los conflictos armados, la militarización de los territorios, el complejo policial, el control de las fronteras, la criminalización de la pobreza, con su fuerte rasgo patriarcal, racista y persecutorio contra los cuerpos disidentes.
Posicionamos una mirada crítica a la construcción del militarismo como un engranaje para la estructura social capitalista, racista y patriarcal. El militarismo se basa en la disciplina, la jerarquía y el establecimiento de la superioridad masculina, es decir, del uso de la fuerza para el mantenimiento de la propiedad, los intereses elitarios y una pretensa “seguridad”. Para el militarismo, los conflictos sociales se resuelven a través de la confrontación, donde se toma al diferente como un enemigo a combatir y eliminar, como una amenaza a la seguridad, el desarrollo y la cohesión social. En este modelo, los hombres de las fuerzas armadas serían los proveedores de seguridad en caso de amenazas al Estado capitalista o a la propiedad privada, ya sea interna o externa. Con el dominio de las empresas transnacionales sobre la militarización, la política de seguridad se vuelve más y más privada, controlando los territorios a través de los ejércitos, las policías y los paramilitares, que no caminan en lados opuestos, sino que son caras de una misma moneda.
La disputa del poder y situación de guerra permanente se clava en los cuerpos de las mujeres, la niñez y las identidades disidentes, quienes hemos visto como las violaciones y el feminicidio son practicas frecuentes que funcionan no solo para disciplinar a las mujeres e identidades disidentes, sino también como mensajes aleccionadores para el resto de la población.
Es cómo dijo la revolucionaria rusa Clara Zetkin, en la 3.ª Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, ocurrida en marzo de 1915: “¿Quién se beneficia de la guerra? Sólo una pequeña minoría en cada nación. Los fabricantes de fusiles y cañones, de placas de blindaje y torpederos, los dueños de los astilleros y los proveedores de las necesidades del ejército. En interés de sus propios beneficios han despertado el odio entre los pueblos y han provocado, así, el estallido de la guerra. (…) Los trabajadores no tienen nada que ganar en esta guerra, pero están expuestos a perder todo lo que les es querido”. En esta ponencia, Zetkin expone justamente como las guerras son una industria, impulsada por empresas específicas que producen todo el material necesario para que los conflictos ocurran. Las guerras son organizadas teniendo las ganancias de las empresas como eje central, y utilizando los recursos públicos para su financiación. Estados Unidos es un retrato ejemplar de eso: el país que intenta mantener un dominio imperial sobre el mundo es el que más invierte en presupuesto militar, en una cantidad creciente en los últimos años; mientras eso, su población no tiene acceso a derechos básicos de salud.
Comprender esta conexión entre el aumento del poder de las empresas transnacionales y la expansión de las guerras contra los pueblos es fundamental para organizar nuestra posición. La guerra contra los pueblos se expresa no sólo en conflictos y ocupaciones, sino en la vida cotidiana de un modelo marcado por el conflicto capital-vida. Son las empresas transnacionales las que acumulan más poder y riqueza a través de este conflicto. La ofensiva del poder corporativo avanza sobre el trabajo, los territorios y los cuerpos de las mujeres utilizando la militarización como herramienta. En este sentido, es fundamental centrar nuestra acción contra el poder de las empresas transnacionales en la agenda anti-guerra.
El análisis desde un punto de vista sistémico muestra el conjunto de dimensiones interrelacionadas de estos procesos. Por eso, decimos que lo que vivimos hoy es una crisis del modelo. El hecho de que las empresas de armamentos sean extremadamente contaminantes y tengan un gran impacto en la naturaleza a través de la explotación y devastación de territorios demuestra claramente esta dimensión. El análisis de las conexiones entre las guerras, la militarización y la acción imperialista de Estados Unidos en nuestra región necesita hacerse mirando hacia la organización del capital y el rol de las transnacionales.
En América Latina, decimos que Estados Unidos, a partir de la Doctrina Monroe, trata a la región como su patio trasero. Este análisis está anclado en la evidencia de cómo, desde el poder imperial de Estados Unidos, hay una permanente injerencia en nuestra región. Desde el proceso de imposición de la deuda, el modelo de producción y consumo, la intromisión en nuestros procesos políticos, las guerras híbridas, el bloqueo económico a Cuba y Venezuela, hasta el financiamiento de los procesos de guerra contra los insurgentes.
La doctrina Monroe, origen del imperialismo estadounidense
En un contexto de reacomodo de la hidra capitalista suscitado luego de los procesos de independencia de las Américas nace la doctrina Monroe en 1823. En un principio, la doctrina pone en papel la necesidad del naciente Estados Unidos de mantener fuera del continente a las potencias colonialistas que pudieran poner en riesgo su propia soberanía y derecho a la autodeterminación. Pero prontamente se volvió la base según la cual los gobiernos de Estados Unidos levantan sus ganas de dominación y explotación sobre el resto del continente.
Resumida en la frase “América para los americanos”, la doctrina establece como un peligro para la propia integridad de los Estados Unidos de Norteamérica cualquier intención de un país europeo de extender sus intereses sobre el continente y un supuesto compromiso de intervenir para salvaguardar a las Américas del colonialismo. Pronto se definirían quienes eran los “americanos” a los que se refiere la doctrina Monroe. Para ello, los padres de la nación norteamericana hacen uso de una vieja consigna que animó a colonos ingleses y escoceses calvinistas a cruzar el océano e instalarse en Norteamérica: “el destino manifiesto”.
El destino manifiesto es la idea que expresa que por designios de la providencia hay unos pueblos elegidos que tienen derecho a apropiarse de territorios. Esta ideología establece el derecho y prácticamente la obligación de varones blancos heterosexuales, que se autodenominan escogidos por la gracia divina para poseer territorios, cuerpos y explotarlos para su provecho. El fortalecimiento de la imagen del proveedor masculino, blanco, heterosexual, de las élites en formación como sujeto universal se convierte en el paradigma que orienta la construcción de la sociedad estadounidense. Es a partir de esta experiencia que el militarismo continúa desarrollándose como herramienta para garantizar y proteger el poder, la propiedad, la familia heteronormativa, la dominación racial, la producción y reproducción social capitalista, y para mantener la dominación y el control sobre los cuerpos de las mujeres.
Los impactos de la Doctrina Monroe en Nuestramérica
La militarización es un proceso histórico con un alto grado de capilaridad en América Latina. Los procesos de colonización vividos en el continente se basaron, en general, en el establecimiento de estructuras militares y productivas capitalistas como forma de dominación del territorio y de las poblaciones originarias. Es con la guerra y la resistencia indígena que América Latina pasa a formar parte del mapa mundial. Y es también a partir de estos conflictos y de esta estructura militar colonial que se organizaron diferentes resistencias por la emancipación, como fueron los movimientos de las élites independentistas. Aunque basadas en la movilización y el apoyo popular a la libertad, estas élites políticas y económicas eran conscientes de que sería mucho más rentable fortalecerse sin la metrópoli como intermediaria. Se establecieron múltiples políticas, que articularon el racismo y el patriarcado como mecanismo de sometimiento de los pueblos originarios y de control, en especial, de las mujeres, a partir de la esterilización forzada, el blanqueo poblacional, la criminalización de la pobreza y la organización social fomentada por los Estados y garantizada por policías y militares.
Durante el siglo XIX, la doctrina Monroe sirvió de justificación para más de 28 intervenciones armadas, y otras tantas intervenciones económicas desiguales. Resultó en procesos como la neo colonización de Puerto Rico, la anexión de la mitad del territorio mexicano a Estados Unidos, la intervención de Nueva Granada y la usurpación del canal interoceánico, los 36 años de guerras bananeras que instauraron dictaduras en toda Centroamérica y el Caribe, y cimentó las transnacionales de producción y exportación de frutas tropicales.
Los gobiernos de los Estados Unidos y su alianza criminal con las transnacionales y la militarización han pactado con otras fuerzas imperiales, como el Reino Unido, para pretender despojar a pueblos nuestro americanos de territorios, como son los casos de las Malvinas y del Esequibo Venezolano. No hay ningún pueblo en nuestro continente que no haya sentido el peso del expansionismo estadounidense. Este relato de destrucción, de guerra permanente, también se impone con la misma fuerza sobre la diversidad de pueblos no blancos que hacen vida dentro de las fronteras de los Estados Unidos. Como ejemplo, traemos el doloroso recuerdo del Sendero de las Lágrimas (1830) desalojo forzado de aproximadamente 60 mil nativos americanos, un proceso de limpieza étnica que vemos una y otra vez glorificado en los westerns como la conquista y civilización del oeste.
La emancipación de las metrópolis europeas no garantizó el fin de la esclavitud. La población negra e indígena esclavizada construyó con sangre, sudor y vida las calles, edificios, instituciones de todo el continente. La esclavitud en Brasil, por ejemplo, duró oficialmente hasta 1888, siendo el último país en revertir la explotación violenta de los cuerpos negros. Pero este legado racista continúa como política pública hasta el día de hoy, donde la policía militar de Río de Janeiro es conocida por ser la segunda fuerza policial más mortífera del mundo, solo superada por las fuerzas militares de Israel. Su origen data de la época del imperio, cuando se fundó la Policía Real, un aparato policial creado con la llegada de la familia real a Brasil y la necesidad de garantizar la seguridad y las propiedades reales. El racismo se basa en los mecanismos coloniales apropiados para la formación de la sociedad capitalista latinoamericana, que siempre ha utilizado las fuerzas policiales y militares para garantizar su dominio político y económico y la ideología militarista para producir una sociedad controlada y disciplinada.
El siglo XX fue signado por la radicalización de la doctrina Monroe. En 1904 se dicta el corolario de Roosevelt, que auto otorga a los Estado Unidos de Norte América el derecho de intervenir en los asuntos internos de cualquier país en Latinoamérica si cometían faltas fragantes y crónicas. Se inaugura así la política del Gran Garrote. Durante el siglo XX, no hubo ningún territorio que no sintiera el garrote norteamericano. No hubo ninguna dictadura militar que no contara con el apoyo y financiación norteamericano y que no estuviera al servicio de los intereses corporativos transnacionales.
Además, la doctrina Monroe justifica la imposición del militarismo en las Américas a través del asentamiento de al menos 80 bases militares norteamericanas. Estas bases militares funcionan como mecanismos de ocupación del territorio y van más allá, en tanto significan una presencia extranjera armada que impone una serie de limitaciones y adaptaciones en la forma de producir, educar, consumir, es decir, de vivir.
Mujeres en marcha contra la militarización y las transnacionales
En 2010, la Marcha Mundial de las Mujeres participó en una vigilia feminista y popular contra la militarización frente a una base militar estadounidense instalada en la región de Santander, Colombia. Denunciamos la pérdida de soberanía sobre nuestros cuerpos, vidas y territorios y el crecimiento de la violencia contra las mujeres, la prostitución y el feminicidio como consecuencia de la ocupación territorial imperialista. Además, fortalecemos la perspectiva de que las mujeres son agentes en el proceso de construcción de paz y defensoras del territorio. Nuestra crítica feminista anticapitalista, anti patriarcal y anticolonialista denuncia el militarismo como una de las bases del patriarcado.
Las mujeres no hemos sido sujetas pasivas en esta guerra permanente contra la vida. Las mujeres actuamos en la resistencia, sostenemos la cotidianidad con redes de solidaridad que garantizan la vida, tanto como nuestra diversidad cultural. Ponemos nuestros cuerpos para proteger territorios y bienes comunes, denunciamos las consecuencias de esta guerra sobre nuestros pueblos y también proponemos formas de reorganizarnos la producción y reproducción de la vida en nuestras comunidades. Construimos colectivamente propuestas para una paz verdadera, pautada por la justicia y la igualdad.
No creemos en una definición de paz que sea solo la ausencia de la guerra oficialmente reconocida. Vivir en territorios constantemente amenazados, sitiados por bases militares no es vivir en paz. Vivir con territorios bloqueados o sancionados no es vivir en paz, es solo vivir en otros tipos de guerra. Entendemos la construcción de la paz como un proceso de cambio sistémico radical, basado en el buen vivir de las comunidades, personas y la naturaleza, y no en la manutención de los estados militarizados y los intereses económicos transnacionales. Con estos no hay que convivir, hay que desmantelarlos.
Lo que Estados Unidos de Norteamérica impone como supuesta “seguridad” no es ni para los pueblos que hacen vida dentro de su territorio, ni para los pueblos vecinos; es para los intereses corporativos de las transnacionales. En ese sentido, desde nuestro continente estamos conectadas con las luchas por la paz, soberanía y autodeterminación llevadas por pueblos de otras partes del mundo. Porque no aguantamos más masacres contra las mujeres trabajadoras, este 24 de abril recordamos a las víctimas de las transnacionales. Recordamos cada una de las víctimas del desastre de Rana Plaza y seguimos convencidas que resistimos para vivir y marchamos para transformar.
¡Seguiremos en Marcha hasta que todas seamos libres!