Gonzalo Armúa
En el año 1960 tuvo lugar una reunión histórica entre Fidel Castro y Malcolm X. De Cuba a los Estados Unidos, del Nueva York a Minneapolis, del racismo de ayer al racismo de hoy, su historia se actualiza.
Es la noche del 19 de septiembre de 1960. El lugar: el Hotel Theresa, en el Harlem, al norte de Manhattan, en la ciudad de Nueva York. Afuera se agolpa un gentío de periodistas, policías y simples curiosos del barrio que quiere presenciar el acontecimiento. Adentro, en un cuarto apenas alumbrado y lleno de humo de tabaco, los dos personajes intercambian sus ideas como pueden, como les sale, en dos lenguas distintas pero no tan lejanas al fin y al cabo. «Mientras el Tío Sam esté contra ti, sabrás que eres un hombre bueno», le dice de forma irónica Malcolm X a Fidel Castro.
Fidel se encontraba en ese entonces en Nueva York para participar de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Como Primer Ministro y en tanto presidente de la delegación cubana era el foco de todas las campañas y operaciones de la prensa macartista. Con su mochila al hombro y su traje de campaña verde olivo, como si estuviera aún en las estribaciones de la Sierra, se presentó frente al recinto de la ONU. Manifestó incluso su intención de acampar en los jardines de la mismísima sede, ya que ningún hotel local aceptaba alojar a la delegación de la Cuba revolucionaria. Los mismos hoteles que a menudo frecuentaban dictadores y delincuentes de la peor categoría.
Cuando la comunidad afroamericana se enteró del asunto, no tardó en hacerle llegar una cordial invitación a Fidel Castro y a toda la delegación cubana para que se alojaran en el Hotel Theresa, en pleno corazón del Harlem, el mítico barrio obrero y negro de la ciudad de Nueva York. Allí los recibió Malcolm X, en ese entonces dirigente de la Nación del Islam, una organización política y religiosa de gran influencia y predicamento. Ralph D. Matthews, un periodista norteamericano, fue uno de los pocos privilegiados que pudo presenciar este encuentro, y el artículo que escribió parra el semanario New York Citizen-Call nos permiten rescatarlo del olvido.
Aparentemente ,el líder de la flamante Revolución Cubana intentaba no entrometerse en los asuntos internos de los EE.UU., consciente del precario equilibrio de fuerzas de una Revolución que aún no había sido invadida en las costas de Playa Girón ni había pronunciado la Segunda Declaración de La Habana. Por eso, ante las preguntas incisivas de su interlocutor, Fidel buscaba llevar la conversación hacia el otro lado del Atlántico. Pronto el diálogo derivó hacia la situación del Congo, y Malcolm X respondió con una gran sonrisa al escuchar el nombre de Lumumba, el dirigente congolés. Castro alzó entonces la mano y se comprometió a defenderlo enérgicamente en la Asamblea General. Y cuando le tocó el turno de hablar, no desaprovechó ni un segundo: “Esa África que se yergue aquí con líderes como Nekruma y Sekou Touré, o esa África del mundo arábigo de Nasser, esa verdadera África, el continente oprimido, el continente explotado, el continente de donde surgieron millones de esclavos, esa África que tanto dolor lleva en su historia, a esa África, con esa África tenemos un deber: preservarla del peligro de la destrucción. Compensen en algo los demás pueblos, compense en algo el occidente de lo mucho que ha hecho sufrir al África…”
El cubano y el afronorteamericano comprendían que el imperialismo norteamericano y su blanca democracia había sido fundada y era sostenida hasta la fecha a punta de bayoneta. Y que idéntica era la violencia a la que eran sometidas las comunidades negras del norte y los pueblos oprimidos del sur. W.E.B Du Bois, probablemente el más grande sociólogo de todo el siglo XX, aunque invisible para las academias por el doble pecado de ser negro y comunista, afirmó en su prolífica obra que el colonialismo era la tendencia principal en la política exterior de los EE.UU. y que las estructuras opresivas del racismo y la supremacía blanca eran la » infraestructura» del capitalismo imperialista. “¿Y quiénes son los países colonialistas, quiénes son los países imperialistas?” -la voz de Fidel Castro volvió a retumbar en los recintos de la ONU-. “No cuatro o cinco países, sino cuatro o cinco grupos de monopolios son los poseedores de la riqueza del mundo.”
En aquella noche del Harlem, en un cuarto de hotel, Malcolm X reflexiona en voz alta, mientras observa a Fidel con una risa cómplice: «Nadie conoce al amo mejor que sus sirvientes. Hemos sido sirvientes desde que nos trajo aquí. Conocemos todos sus trucos. ¿Se da cuenta? Sabemos todo lo que va a hacer el amo antes de que lo sepa el mismo”. Ya en la despedida Malcolm explicó a un periodista cubano el carácter de su organización: «Somos seguidores de Muhammad. Él dice que podríamos sentarnos a limosnear por 400 años más. Pero si queremos nuestros derechos ahora, tenemos que…”.
Sonriendo enigmáticamente decidió no completar una frase de previsible final. Tan previsible quizás como su propio asesinato, sucedido cinco años después de aquel memorable e improvisado encuentro. Tan previsible como la rodilla policial en el cuello de George Floyd. Tan previsible como el secuestro y asesinato de Patrice Lumumba por agentes de la CIA. Pero tan previsible también como el abrazo entre Malcolm y Fidel aquella fría noche del ‘60. Como la rebelión de una Minneapolis en llamas. Como la Operación Carlota por la cual 50 mil cubanos y cubanas combatirán junto al pueblo negro angoleño. Tan previsible como los múltiples gestos de solidaridad entre la colonia interna y las colonias externas de los Estados Unidos. Como el internacionalismo practicado por los pueblos del Tercer Mundo contra el racismo, el capitalismo y el colonialismo.