Lautaro Rivara

El 22 de junio de 1826 iniciaba sesiones el Congreso Anfictiónico de Panamá, una de las más relevantes iniciativas internacionalistas de Nuestra América, y el mayor esfuerzo de integración soberana de toda nuestra historia continental.

La primera e inconclusa libertad de América aún no había coronado su contundente triunfo militar en Ayacucho contra los últimos reductos del poder realista español. Los límites de lo que era o podía llegar a ser una nación, distaban de ser evidentes. Corría el día 7 de diciembre del año 1824 y faltaban aún dos días para el resonar de los primeros cañonazos en las llanuras peruanas. Antonio José de Sucre no era aún el Mariscal de América, y Manuela Sáenz, del Batallón de Húsares, aún no había sido proclamada Generala por una tropa admirada y leal.

Y sin embargo, Simón Bolívar, el utópico práctico, hacía tiempo había comenzado las tratativas para consolidar en el campo de la diplomacia la verdad que acabará por imponerse en los campos de batalla. Se enfrentaban, de un lado, el ejército español, y del otro un auténtico ejército continental cuya soberanía, como un manto flotante, se desplazaba junto a la tropa. Una circular recorría por ese entonces los territorios al sur del Río Bravo de puño y letra del “Libertador”, convocando a un Congreso que debería establecer un sólido pacto de “unión, liga y confederación perpetua”. Y también,  para asistir a Cuba y Puerto Rico que continuaban por ese entonces bajo dominio español.

En sentido inverso, una serie de epístolas diplomáticas, alegatos librecambistas, y recomendbaaciones de vulgares espías, viajaban desde los despachos consulares hasta las sedes de los diferentes Imperios o de los aspirantes a serlo. Estos se proponían, muy por el contrario, fomentar la desunión y la discordia entre la potencial Confederación Anfictiónica de Naciones que asoma al mundo como una fuerza pujante. Finalmente, atravesando numerosos obstáculos geográficos, limitaciones económicas e intrigas políticas, el Congreso iniciará sesiones el 22 de junio de 1826 en la sala capitular del Convento de San Francisco de Panamá.

Los objetivos serán claros y manifiestos: garantizar la precaria independencia y repeler los intentos de reconquista española; desestimular cualquier otra aventura colonial por parte de viejos o nuevos imperios; establecer diversos mecanismos de integración política, jurídica y económica; conciliar conflictos y evitar eventuales diferendos territoriales; y propender, en el largo plazo, a la constitución de una gran nación latinoamericana, aunque sin considerar, por ese entonces, a los territorios bajo dominio de otras potencias europeas como Francia, Holanda o Inglaterra. Se trataba de un programa que se resumía en la máxima: “una, libre y justa”.

En la actualidad, a 194 años de esas coyunturas, resulta más que interesante prestar atención a un mapa que podríamos catalogar como el mapa de todas nuestras desgracias. Se trata de una radiografía que muestra la posición de las delegaciones latinoamericanas y caribeñas frente al  tan determinante Congreso.

El proyecto Anfictiónico tomaría su nombre de la liga de tribus griegas confederadas en la “antigüedad”, pero sería inconcebible como proyecto sin dos acontecimientos exclusivamente continentales que partieron en dos la historia: la rebelión andina de Tupac Amaru de 1780-1783 y el triunfo de la precursora Revolución Haitiana, gestas tan a menudo olvidadas incluso por declarados latinoamericanistas. Luego del sabotaje de los modestos logros alcanzados por el Congreso, y tras la muerte del propio Bolívar, las ramas desgajadas del común tronco continental seguirían diversos caminos: el relanzamiento del proyecto emancipador como sucedió con la República Dominicana de Luperón, la Cuba de Martí y el Puerto Rico de Hostos y Betances entre fines del XIX y comienzos del XX; el intento de defender o recrear mecanismos de federación regional de menor escala como la República Centroamericana, la Confederación Antillana o con las últimas escamaramuzas del federalismo popular al sur; y por último, el camino sin retorno de guerras fratricidas (que con justicia podríamos catalogar como guerras civiles internacionales) como la Guerra de la Triple Alianza (1864), la del Pacífico (1879) y la del Chaco (1932). También podríamos colocar aquí la secesión de Panamá de Colombia (1903), como las anteriores, incentivadas por el interés de las oligarquías terratenientes y el interés geoestratégico de  los Estados Unidos en la principal vía de comunicación interoceánica del hemisferio. Si se vuelve al mapa, allí veremos la condensación de todas las desgracias:

1) El rol determinante de la ex-Gran Colombia como gran articuladora de Sudamérica y de la región de Centroamérica y el Caribe a lo largo de nuestra historia larga, esa especie de muelle común de cara a nuestras grandes extensiones continentales. Vanguardia, pivote y territorio privilegiado de operaciones para propios y extraños, desde comienzos del siglo XIX hasta la fecha. No casualmente en Venezuela, y probablemente en Colombia, se juega hasta el día de hoy buena parte de la partida continental. En violeta.

2) La persistente ambivalencia de Brasil, una nación subcontinental tensionada entre las aspiraciones de integración regional soberana y los delirios de las fracciones de una burguesía que pretende convertirla en una gran potencia capitalista autónoma o, peor aún, en una cabeza de playa de los intereses “panamericanos” (estadounidenses) en la subregión. Antes en tanto Império do Brasil bajo el reinado de Pedro I y Pedro II, y hasta ayer nomas como nación emergente de los BRICS orientada por un gobierno progresista. Desde su abstención de última ahora a asistir al Congreso de Panamá y su oprobiosa (por lo tardía) abolición de la esclavitud, hasta el comando militar de la MINUSTAH y su veto al Sucre, el Banco del Sur y demás elementos propuestos para el desarrollo de una Nueva Arquitectura Financiera Regional. En verde.

3) El autismo de las naciones del sur, quiénes en ocasiones seguimos creyendo que el balcón de nuestras repúblicas da a Europa, aunque zaguán adentro seamos tan sudacas como el resto. Sarmientinos de izquierda y de derecha, importadores seriales de ideologías coloniales de todo tipo y factura, cotejamos el tono aparentemente más claro de algunas pieles, falseamos nuestras genealogías, y despreciamos desde hace 200 años nuestra común pertenencia continental. Todo lo cual mantiene tan vigente hoy como ayer el llamado de Manuel Ugarte y de quiénes hicieron suyo el llamado a reamericanizar la Argentina, o el grito equivalente del chileno Francisco Bilbao de aquel lado de los Andes. Señalado en un rojo dudoso.

4) El aislamiento y el hostigamiento sufrido por Haití y el Paraguay, quiénes por sus respectivas audacias históricas (la Revolución de 1804 y el proyecto de desarrollo soberano y autocentrado abortado por la Triple Alianza) fueron no solo castigados por la saña imperial con guerras de coalición y cercos sanitarios, sino que fueron tomados como ejemplos de peligrosa radicalidad. Esto fue así incluso de parte de las fracciones más progresistas de las élites blanco-criollas como las que encarnó Bolívar, o el federal Manuel Dorrego más al sur. Tras diversos contactos infructuosos, el ensimismado Paraguay no sería invitado al Congreso. Y Haití, considerado como un “conjunto heterogéneo” y “extranjero” ni siquiera será tenido en consideración, pese a haber trazado la senda independentista y pese a haber amparado, armado y financiado las sucesivas campañas independentistas de Simón Bolívar o de haber ofrecido un generoso asilo a Dorrego.

5) La dolorosa persistencia de enclaves coloniales como Puerto Rico o la infinidad de territorios insulares y continentales del Gran Caribe que supieron ocupar las metrópolis coloniales más diversas: España, Portugal, Inglaterra, Francia, Holanda, Suecia, Dinamarca, y claro, los Estados Unidos. Naciones que apenas si han alcanzado una precaria Primer Independencia, lejanas de la segunda y definitiva, soterradas bajo la lápida de Departamentos de Ultramar, Estados Libres Asociados o como sea que se quiera llamar hoy al viejo y conocido colonialismo. Ni ayer, ni hoy, posibilitadas siquiera del derecho a la más elemental autodeterminación, y de ser parte constitutiva y protagónica del gran sueño socialista e integracionista. Excluidas del Congreso Anfictiónico de Panamá, impedidos sus gobiernos de simpatizar siquiera con el ALBA, en ocasiones solitarias en sus respectivos combates, invisibles la más de las veces en nuestras agendas continentales. Y Cuba, señalada en rosa en el mapa de ayer, pura ausencia en los tiempos del Congreso, pero marcada con un rojo subido desde su Revolución, guía e itinerario del sueño martiano y fidelista de Nuestra América Socialista. Nuestra, porque hace dos siglos fue casi cierto aquel proyecto de «Unión, Liga y Confederación Perpetua». Y nuestra, porque la América volverá a ser “una, justa y libre” para “equilibrar el universo”.